Sensibilidad contextual mas allá de los deícticos


Los deícticos son ejemplos muy sencillos de expresiones sensibles al contexto pues su significado convencional nos sirve de una regla clara que nos dice cómo identificar su referente a partir de elementos fácilmente identificables del contexto: de quién habla, a quién se dirige, en qué momento, dónde lo hace y – para lidiar con demostrativos y otros deícticos impuros – las intenciones referenciales del hablante. Nótese que, como ha señalado Perry (1997) a excepción de estas intenciones referenciales, todos los otros elementos existen automáticamente cada vez que se emite un enunciado, en otras palabras, siempre que se emite un enunciado, lo hace alguien, dirigido  a alguien, en un momento y en un lugar determinados. A estos elementos se les conoce como el “contexto estrecho” de una emisión.

Sin embargo, es claro que no todas las expresiones sensibles al contexto satisfacen estos dos constreñimientos. Algunas dependen del contexto de una manera que no puede expresarse en una regla que sea parte del significado convencional del término. Otros dependen de elementos contextuales que van mas allá de lo que acabamos de llamar su contexto estrecho. Consideremos un par de ejemplos sencillos:
  • Estéban está hablando con su novio por teléfono y le pregunta: “¿Ya regresó mi osito hermoso?”
En este caso, no nos cuesta nada de trabajo darnos cuenta de que por “osito” Estéban se refiere a su novio, aunque no es parte del significado convencional de “osito” el que se use así. No parece haber nada así como una regla semántica que ligue este tipo de usos de “osito” con sus referentes, como lo demuestra el que si tratáramos de formular dicho tipo de regla tendríamos muchos problemas para hacer explícitos los factores de la conversaciones que nos permitieron detectar que por “osito”, Estéban se refería  su novio. Este uso de “osito” parece ser radicalmente diferente al de “yo” o “siempre”. Aunque el sentido de “osito” en esta emisión depende del contexto, la manera que lo hace es muy diferente a la de los deícticos.
  • Isabel dice: “Ya desayuné”
Si bien es necesario determinar elementos deícticos asociados a “desayuné”, es más interesante poner atención al operador modal “ya”. Si bien hay una regla semántica que nos dice que, en algunos usos, “ya” indica que el suceso en cuestión sucedió antes al momento en el que se emite la oración (lo cual es parte del contexto estrecho de la emisión), es claro que además, sabemos que el desayuno cuestión no pudo haber sucedido cualquier momento anterior al de emisión, sino que debió haber sido en la mañana del mismo día de la emisión. Esto lo sabemos por la interacción entre el significado del “ya” y del de “desayuno”. Si, en el mismo contexto, Isabel hubiera dicho algo como “ya conocí San Diego”, por ejemplo, el período de tiempo donde evaluaríamos la verdad de su enunciado sería distinto, es decir, para que lo que dijera fuera verdadero, no sería necesario que Isabel hubiera conocido San Diego esa misma mañana. ¿Cómo sabemos que la misma palabra, “ya”, en ambos casos hace referencia a lapsos de tiempo tan distintos? No es porque conocemos el significado de la palabra “ya” y lo aplicamos a este caso en concreto – como lo hacemos cuando determinamos el referente de un deíctico como “yo” –  sino por cierto conocimiento mas general sobre lo distinto que es desayunar que conocer una ciudad y, por lo tanto, qué es lo mas probable que quiso decir Isabel en ambos casos. Este conocimiento no es sólo un conocimiento de significados, ni de reglas lingüísticas como las de la gramática, sino que es un conocimiento mas general sobre, entre otras cosas, desayunos y viajes. 

Esto significa que, al interpretar un enunciado que usa la palabra “ya” echamos mano de conocimientos y habilidades de diferentes tipos. Por un lado, es necesario desambigüar, en el contexto, entre los diferentes sentidos de la palabra “ya”. Una vez desambigüada, “ya” puede funcionar como un deíctico modal en tanto que saber cómo usarlo requiere conocer, entre otras cosas, una regla semántica que nos dice que debemos evaluar el enunciado a partir de lo que sucedió antes de su emisión. Pero, en muchos casos – como en el de Isabel –, esta regla no basta para determinar el contenido de lo dicho, sino que necesitamos echar mano a otro tipo de conocimiento y a aspectos del contexto en los que se usó el enunciado mas allá de su contexto estrecho.

La pregunta de qué tipo de conocimientos y habilidades son importantes para interpretar qué aspectos del contenido de lo que decimos es fundamental para lo que Ezcurdia y Stainton han llamado la tradición “cognitivista” en filosofía del lenguaje (Ezcurdia y Stainton 2013, xxii–xvii). 
Para entender por qué es tan importante preguntarse cómo logramos constantemente interpretar exitosamente a los otros al hablar, basta recordar el aforismo de Neitzsche según el cual basta lápiz y papel para poner al mundo de cabeza. Es increíble cómo unas meras manchas en papel o vibraciones en el aire pueden tener el poder y la variedad de efectos que las palabras tienen. Algo casi mágico debe suceder entre el sonido y la mente del que escucha, entre la marca en el papel y quién la lee que a partir de tan poco es capaz de reproducir tanto. Este proceso es a lo que llamamos interpretación y es por ello que se ha vuelto uno de los temas centrales de la filosofía actual, no sólo en la tradición analítica (Barceló 2016).

Si no queremos que los contenidos sean entidades abstractas inaccesibles en un mundo platónico, es necesario dar una buena explicación de cómo podemos saber qué es lo que los otros dicen cuando hablan o escriben. En otras palabras, una buena teoría del contenido debe estar acompañada de una buena teoría de la interpretación. Al interpretar un enunciado, descubrimos su contenido, pero ¿cómo lo hacemos? y ¿a partir de qué información? Es claro que necesitamos conocer las reglas gramaticales del lenguaje y el significado de las palabras que lo componen. Pero, como hemos visto en esta sección, eso no parece ser suficiente en un gran número de ocasiones. Es imperativo, por lo tanto, determinar qué otras cosas son necesarias, en qué casos y por qué. En décadas recientes, podemos reportar avances sustanciales en nuestro entendimiento de los múltiples y complejos mecanismos que operan detrás de la masiva sensibilidad al contexto que muestra nuestro lenguaje.

En resumen, muchas de las expresiones lingüísticas que componen nuestro lenguaje natural (tal vez todas) son sensibles al contexto, es decir, pueden usarse para expresar diferentes cosas en diferentes contextos, sin cambiar de significado. En algunos casos, el significado mismo de nuestras palabras nos dice a qué aspectos del contexto atender y nos dan una regla para determinar a partir de ellos de qué se quiere hablar. A estas expresiones s eles conoce como “deícticos”. Desafortunadamente, la gran mayoría de las expresiones sensibles al contexto no son deícticos y la manera en que el contexto determina su contenido es mucho más compleja. Su comportamiento no obedece a reglas claras que formen parte de su significado convencional, sino que requiere habilidades y conocimientos que no son meramente lingüísticos.



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