La negatividad como fundamento del ser
Existe esta antigua posición metafísica, aún vigente en algunos rincones de la filosofía, según la cual, al nivel fundamental, lo que hay es nada. Por lo tanto, el no-ser es más fundamental que el ser, que de él se deriva.
Pero, ¿por qué pensar que lo negativo antecede a lo positivo, desde el punto de vista metafísico?
Porque antes de p, siempre hubo no-p. Antes de que existiera la televisión, no había televisión; antes de que se llenara el vaso no estaba lleno y antes de que saliera el sol, éste estaba ausente. En contraste, ni es cierto que antes de no-p siempre hubo p ni es cierto que siempre que hay no-p eventualmente habrá p (a menos que uno crea en el eterno retorno de lo mismo, lo cual juega como un excelente argumento a favor de un tiempo circular): no es que antes de que yo no hubiera nacido, ya había nacido, ni que antes de que no hubiera televisión, ya había habido televisión. Es cierto, hay fenómenos cíclicos en los que ser y no ser se suceden y anteceden, como el día y la noche, como Eraña y su servidor señalamos en (2024), pero no son la regla sino la excepción. Esto significa que el no ser antecede al ser en una manera en la que el ser no antecede al no ser.
Lo mismo sucede con nuestras acciones. Preparé café porque no había y aquí el que no haya habido café no solo es condición de posibilidad de que ahora haya café, sino que además juega un papel causal en mi mente: preparé café porque era consciente de su ausencia. En este sentido, la ausencia tiene un papel motivacional fundamental. La consciencia de lo que hay no nos mueve a actuar de la misma manera en que nos mueve la consciencia de lo que falta. Por eso, en el mundo de lo humano, el principio, no pudo haber sino sino la falta, pues ésta antecede a la acción.
Por supuesto, alguien podría responder que si bien esto se aplica claramente en el caso de lo concreto y particular, puede no ser extrapolable al ser en su totalidad, pero ésto requeriría comprometerse con que el ser no es en sí mismo temporal, pese a que sus componentes concretos sí lo sean. También se ha argumentado que nuestras mejores teorías científicas conciben al universo entero también como un objeto concreto temporal como cualquier otro. Para Gideon Rosen y Cian Dorr, por ejemplo, “Según la astrofísica, existe incluso una entidad llamada el propio universo, que tiene aproximadamente once mil millones de años.” [“According to astrophysics, there is even such an entity as the universe itself, which is roughly eleven billion years old.”] (Rosen & Dorr 2000)
También existe la respuesta, presente ya en Aristóteles, de rechazar que lo anterior en el tiempo siempre sea anterior en el orden metafísico. Esta solución, comúnmente conocida como teleología, parte del reconocimiento de sentido común de que en algunos casos, lo posterior explica lo anterior. Por ejemplo, estudiamos para aprender y es este objetivo posterior explica el porqué de la acción previa. El reto, por supuesto, es determinar un criterio para distinguir en qué casos lo posterior explica lo anterior y cuándo no y, luego, cuestionarse si la manera en la que el no ser antecede al ser pertenece a un tipo o al otro.
En resumen, tal parece que las únicas maneras de resistir el argumento anterior es o bien (a) rechazando la temporalidad del ser (o postulando una distinción en la manera en que el ser es temporal de la que lo son los seres), o bien (b) rechazando la linealidad del tiempo, o (c) rechazando que la manera en la que el no ser antecede al ser haga a lo primero mas fundamental que lo segundo. Ninguna de las tres opciones suena como un camino sencillo.
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