¿Qué son las categorias?

 Partamos de una definición muy simple y tradicional de la metafísica. Stephen Laurence y Cynthia Macdonald, en su introducción a su volumen sobre ontología contemporánea (1998) caracterizan el objetivo de la metafísica como “determinar … qué condiciones han de ser satisfechas, para que algo –lo que sea –” sea real (Laurence y Macdonald 1998, p. 1. Traducción y negritas mías, cursivas en el original), y añaden que “una de las preguntas centrales de la metafísica es la de qué tipo de cosas o entidades” son reales (Ibidem. Traducción y negritas mías). Nótese que la pregunta no es qué entidades son reales – después de todo, la repuesta a esta pregunta es obvia: ¡todas! –, sino qué tipo de entidades son reales y qué tienen en común qua-entidades-reales o, si no hay nada que tengan en común, cómo se integran en una realidad unificada. En otras palabras, ¿qué es lo que le da unidad a la realidad, especialmente, si al nivel ontológico las entidades que la pueblan son de tipos distintos? Esto se debe al gran número de tipos putativos de entidades que ha costado trabajo integrar en una imagen unificada de la realidad y, por lo tanto, de cuya existencia suele dudarse: entes abstractos o meramente posibles, entidades de ficción, seres y sucesos del pasado o el futuro, lo incognoscible, etc. Bajo esta perspectiva, la tarea de la metafísica es vislumbrar si este tipo de entidades son reales o no. A estos tipos ontológicos se les conoce como categorías. En esta tradición, el objetivo de la metafísica, éste no es sino el estudio de la realidad en sí misma y su problema principal, el problema del realismo, es decir, determinar qué categorías ontológicas componen la realidad, y en particular, si es una sola o son multiples.

El que la ontología no verse directamente sobre particulares, sino sobre categorías no debe sorprendernos en lo absoluto. Después de todo, en prácticamente todas las actividades humanas, y especialmente las prácticas epistémicas como la filosofía, es esencial el uso de categorías. A decir verdad, como veremos mas adelante, parte del quehacer ontológico surge precisamente del hecho de que tenemos una abundancia de categorías. Nuestras prácticas sociales, estéticas, lúdicas, deportivas, etc. están todas imbuidas en categorías. Si queremos aprender, por ejemplo, a andar en patineta, tendremos que aprender su vocabulario especializado y a reconocer un Switch Ollie de un Nollie, así como los marineros deben reconocer la diferencia entre babor y estibor.  De manera análoga, si queremos disfrutar Romeo y Julieta de Shakespeare, es necesario que entendamos la diferencia entre ser un Capuleto y ser un Montesco, como necesitamos distinguir elfos de orcos y hobbits para apreciar correctamente El Señor de los Anillos. Como claramente han explicado Karen Neander y Ruth Millikan, si no tuviéramos el concepto de perro no nos serviría la experiencia que tenemos con uno para adquirir expectativas racionales con otro, es decir, cada vez que nos encontráramos con un perro, sería como la primera vez; probablemente actuaríamos con miedo y en plena ignorancia de qué esperar, sin saber cómo reaccionar ni si estamos en peligro, etc. En general, gracias a que distinguimos y clasificamos nuestras acciones, deseos, experiencias, etc. es decir, gracias a que usamos categorías, podemos navegar de manera más eficaz y eficiente los mundos natural, mental, abstracto, social, etc. Y aun en casos en los que no tenemos una palabra para una categoría, muchas veces seguimos usándolas. El futbolista experto puede reconocer patrones y regularidades en el comportamiento de su equipo y del contrario sin requerir de nombres ni recursos lingüísticos de otro tipo para caracterizarlos.

De la misma manera, la ontología también ha desarrollado sus propias clasificaciones y distinciones en categorías ontológicas. De esta manera, así como hay categorías culinarias como vegetal, fruta, postre, caldo, etc. unas de las cuales puede corresponder o no con categorías que se usan en otras prácticas humanas, también han ido surgiendo en la práctica ontológica categorías como concreto, abstracto, posibilia, topos, modos, etc. las cuales también pueden corresponder o no con categorías que se usan en otras prácticas humanas. Y así como las distinciones y clasificaciones que hacemos al cocinar y comer adquieren su sentido del marcar una diferencia útil y relevante a esas prácticas, así también las las distinciones y clasificaciones ontológicas adquieren su sentido del marcar una diferencia útil y relevante a nuestro objetivo de crear, transformar y comprender plenamente la realidad.


¡Pero – dirán ustedes – esas otras prácticas también buscan crear, transformar y comprender la realidad. Al cocinar, necesitamos reconocer distinciones de sabor, textura, etc. Si no supiéramos cuál es la temperatura a la que hierve el agua, es decir, a la que realmente hierve el agua, no podríamos cocinar bien. La cocina crea y transforma la realidad y, por lo tanto, nos podemos obtener una imagen completa de la realidad sin tomarla en cuenta. Y lo mismo podemos decir del resto de nuestras prácticas. Entonces, ¿qué es lo que distingue a las categorías ontológicas del resto de las categorías?, es decir, ¿qué hace que una categoría sea real? y, si no es real, ¿qué son esas otras categorías? Estas son las preguntas que guían el quehacer de la ontología.

Comentarios

  1. Claro, en mis tienditas tengo que clasificar las mercancías ignorardo que realmente solo el trabajo humano lo es, para poder comprar al menor precio y vender al máximo que permita el consumidor. No se pude confundir un estante de una repisa ni tampoco dejar fuera de refrigeración lo que lo requiera. Es decir que si lo ontológico no se reduce a lo mercantil o viceversa no habrá vida real aunque la piratería deba tener su categoría especial. La empresa se asume como universo epistémico.

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