Ficción y Falsedad
¿Porqué decimos cosas falsas? Obviamente, las decimos cuando nos equivocamos, y al mentir, pero tal vez el uso más fascinante y complejo de falsedades ocurre en la ficción. Ya sea que estemos viendo actores interpretar historias fantásticas, le estemos contando historias de terror a nuestros sobrinos a la luz de la hoguera, juguemos a “hacer como” si fuéramos policías o ladrones, o simplemente dejemos volar nuestra imaginación para colocarnos en situaciones imposibles, la ficción aparece una y otra vez en nuestra vida cotidiana. Y en todas estas situaciones, tal parece que gran parte de lo que se busca decir o imaginar no necesita ser verdadero para que cumpla su función, cualquiera que ésta sea. (Ceballos Viro 2021)
Es harto difícil decir porqué contamos historias de ficción, pero de lo que no hay duda es que cuando, por ejemplo, contamos relatos de ficción, ya sea que éstos involucran seres ficticios como dragones o hadas o no, no es que lo que queramos sea que la gente se entere de las historias que relatamos, en el sentido de querer informarlos sobre ciertos hechos en el mundo real. Por eso es que, en general, no importa si lo que se dice es verdadero o falso. A veces, por el contrario, el punto es precisamente que no es verdadero lo que se dice. Parte de lo que nos emociona de las historias policiacas tradicionales, por ejemplo, es que en ellas, a diferencia de lo que pasa en el mundo real, se hace justicia y el crimen es castigado. Parte de lo que nos gusta de las tradicionales novelas románticas es que en ellas la protagonista encuentra el amor ideal, mas puro, sencillo y satisfactorio de que las que se dan en las relaciones erótico-afectivas reales. Tal parece, por lo tanto, que lo que nos interesa es precisamente contar y escuchar falsedades. Aun más, y de manera similar a los usos figurados, las falsedades que se dicen en la ficción no solamente son literalmente falsas, sino que usualmente son evidentemente falsas. Cuando vemos a Superman volar por los cielos en el cine, no dudamos de nuestra ciencia previa de que los seres humanos no vuelan. El saber que no existe Macondo no demerita el valor literario de Cien Años de Soledad ni hace que la disfrutemos menos (aunque sucede, cf. LaMantia 2022). Quien escribe ficción rara vez nos quiere engañar o hacer pasar falsedades por verdades. El sentido de la ficción no va por ahí.
Que el atenerse todo el tiempo a la verdad no sea una regla que gobierne a la ficción no significa que ésta no esté gobernada por reglas y que en una historia de ficción podamos decir absolutamente lo que queremos. Hay límites a qué tan falso puede ser lo que se dice en la ficción, tanto propios a los diferentes géneros de la ficción, como propios a la ficción como prácticas humana. No es que cualquier falsedad cabe en cualquier ficción; sino que diferentes falsedades encajan en diferentes ficciones y que hay claramente límites éticos y políticos de lo que debemos contar (Booth 1989, Gaut 1998, Krakowiak 2008, etc.) Si estamos escribiendo una pieza de ciencia ficción, por ejemplo, podemos situarla en un futuro radicalmente distinto al nuestro, pero debemos basar nuestra proyección en prodigiosos desarrollos científicos o tecnológicos (incluyendo nuevas tecnologías de organización social). En este sentido, el género de la obra restringe el tipo de historias (y, por lo tanto, el tipo de falsedades) que se pueden contar dentro de ella. Convenciones similares gobiernan otros tipos de géneros como la fantasia, la literatura negra o la Roman á clef.
Pongamos un ejemplo tal vez más interesante desde el punto de vista filosófico. Para quienes piensan que sólo el presente es real, podemos pensar al pasado como un tipo de género de ficción. Hay reglas internas al pasado como género de ficción (además de las reglas externas como práctica humana límites éticos y políticos) que restringen qué falsedades pueden decirse del pasado y cuales no. No es que cualquier falsedad cabe en nuestra ficción que llamamos “el pasado”. Sino que solo ciertas falsedades encajan en el pasado: que fui al mercado de Balderas este sábado sí, que fui a Paris el domingo no. “Fui a Balderas” es falso en el mundo real, porque el momento en lo que lo hice ya no existe, pero verdadero en la ficción de “el sábado”. Hablamos del sábado como si todavía fuera real.
Por estas razones, si al escuchar una historia que se le ha presentado claramente como de ficción, una persona se molesta porque lo que le están contando es falso, estaríamos tentados a decir que esa persona no entiende qué es la ficción. Aun así, sabemos que hay excepciones en las cuales es completamente adecuado quejarse por que algo que la ficción dice es falso. Si estoy leyendo una fábula como la del campesino y la culebra no estoy malentendido la ficción cuando al final me quejo por no estar de acuerdo con su moraleja de que el bien que se hace con el mal se paga. Por décadas después de haber escrito un relato detectivesco donde uno de sus personajes manejaba su motocicleta en reversa, la autora PD James recibió innumerables cartas de lectores quejándose de que las motocicletas no tienen reversa (James 2011). En contraste, los críticos literarios han ejecutado malabarísticos actos interpretativos para no tener que aceptar que Keats se confundió de océano cuando en su poema “On First Looking into Chapman’s Homer” ubica la llegada de Hernán Cortés al nuevo mundo en las costas del océano pacífico (McAlpine 2020 apud. Kindley 2021).
La relación entre la ficción y la realidad es harto compleja y controvertida. Por un lado, hay quienes como Anthony Trollope piensan que es esencial que en la buena ficción “…prevalezca la verdad: verdad en la descripción, verdad en los personajes, verdad humana…” (Trollope 1883 alud. James 2011: 25) y, por el otro, quienes piensan, como Pau Luque, que “las ficciones que proceden de la imaginación son más ventajosas y, por así decir, mejores, mientras que las que proceden de la realidad “desnaturalizan la idea misma de la imaginación” ([Luque 2020:] 58).” (Ceballos Viro 2021: 588) En otras palabras, para esta otra tradicción, la buena ficción no puede ser, ni demasiado realista, ni demasiado fantasiosa. Esto significa que la ficción no es una práctica lo suficientemente monolítica para cumplir la función que el ficcionalista le asigna, a saber, se un ejemplo claro y poco controversial de un discurso ajeno a la verdad.
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