¿Qué significa decir que algo es aparente, pero no real?
Una de las herramientas argumentativas mas socorridas dentro del arsenal anti-realista es la distinción entre apariencia y realidad. Por lo menos desde Heráclito (B123 y B54 apud. Neels 2018), cuando se dice que algo no es real, comúnmente se dice que ello es mera apariencia. Pero ¿qué papel juega esta distinción dentro de la dialéctica realismo-antirealismo?
Poco fenómenos son realmente misteriosos de primera mano y los misterios de la metafísica no suelen aparecer en la superficie de las cosas, sino solo hasta que las explicaciones de sentido común empiezan a resquebrajarse. Pocos fenómenos que nos rodean nos parecen inmediatamente misteriosos. Para casi ninguno nos cuesta trabajo encontrar una explicación o interpretación inmediata. Sé que la música que escucho viene de mi estéreo y entiendo mas o menos bien como funciona éste. Siento el frío en mi cuerpo y se lo atribuyo al invierno. Tengo hambre y lo entiendo porque ya son casi las cuatro de la tarde y aún no he comido, etc. Desafortunadamente, sin embargo, algunas veces esa primera explicación obvia o de sentido común empieza a parecer insatisfactoria una vez que reflexionamos un poco más y nos damos cuenta de que es incoherente con otras cosas que sabemos. Para evitar tal incoherencia, adoptamos una nueva explicación alternativa, menos inmediata pero mejor integrada al resto de lo que sabemos. En tal situación, suele decirse que las cosas no eran como parecían y que aunque la primera explicación parecía correcta, en realidad no lo era.
Pongamos un ejemplo muy simple: ¿por qué decimos que las cucharas parecen quebrarse al sumergirse en agua, pero en realidad no lo hacen? Si introducimos una cuchara a un vaso con agua, la imagen de la cuchara fuera del agua no se continua recta al entrar al agua, sino que cambia de dirección. Esa experiencia sugiere inmediatamente que la cuchara se quiebra al entrar al agua. Esta explicación daría cuenta de porque vemos lo que vemos. Sin embargo, rechazamos dicha explicación porque sabemos, por razones independientes de lo que vemos pero en las que confiamos mas que lo que vemos, que las cucharas no se quiebran con el agua ni se reconstruyen al salir de ella. Pese a que dicha explicación sería la explicación más simple y directa de nuestra experiencia, buscamos otra alternativa, más coherente con lo que sabemos sobre el agua y las cucharas aunque más compleja en sí misma: la teoría de la refracción de la luz.
Pongamos otro ejemplo igualmente familiar. Durante un espectáculo de magia, el mago anuncia que convertirá el vestido de su asistente de blanco a rojo. Vemos delante de nosotros a dicha asistente vestida de blanco y tras un flash de luz, la vemos ahora vestida de rojo. Nuestros mecanismos cognitivos básicos nos dicen que, frente a nosotros, el vestido ha cambiado de blanco a rojo en sólo segundos. Dicha explicación es coherente además con lo que el mago nos ha dicho que sucedería. Sin embargo, sabemos también que eso violaría las leyes de la naturaleza, pues es imposible que un vestido cambie de blanco a rojo en segundos sin que nadie lo toque siquiera. Por ello desechamos dicha explicación simple al ámbito de las apariencias y buscamos una explicación que nos diga que fue lo que realmente pasó en el escenario. Y aunque el flashazo de luz no nos permitió ver el momento en que la asistente se desprendía del vestido blanco para revelar el similar vestido rojo que portaba debajo, sabemos que el vestido solo pareció cambiar de color sin realmente hacerlo (Martinez-Conde & Macknik 2008).
Esta manera de entender la diferencia entre la apariencia – que la cuchara se quebró o el vestido cambio de color de manera instantánea – y la realidad – que la luz se refracta al pasar por un medio como el agua o que había un vestido blanco y otro rojo – es la misma que explota el anti-realismo filosófico. Para el antirealismo, es imperativo rechazar la explicación realista que inmediatamente nos sugieren los fenómenos y darnos cuenta que, en realidad, las cosas no son como lo dice el realismo. Según el anti-realismo, los fenómenos de los que parte el realismo efectivamente sugieren inmediatamente una explicación simple, que apela a entidades de la categoría ontológica en cuestión, pero como la categoría en cuestión es ontológicamente controvertida, debemos desechar como meramente aparente esta explicación simple para buscar mas a fondo qué es lo que realmente existe, es decir, buscar una explicación alternativa, que apele solamente a entidades y hechos de categorías ontológicas menos controvertidas. Esta explicación seguramente será menos simple que la realista, pero también será mas coherente con el resto de nuestra ontología.
Pongamos un ejemplo para ilustrar como la estrategia anti-realista refleja la estructura de los ejemplos antes mencionados. Primero, pasa algo, un fenómeno que debemos explicar, por ejemplo, hacemos unos cálculos matemáticos y gracias a ellos diseñamos puentes y otras obras de ingeniería que, al construirse, no se caen. Esto pasa de manera lo suficientemente regular como para que sea algo que deba explicarse. La explicación más inmediata que el fenómeno sugiere es que las matemáticas que aplicamos son verdaderas y, por lo tanto, corresponden a hechos matemáticos reales. En esta explicación inmediata, lo que explica porque no se cayó el puente son hechos de una cierta categoría ontológica: la de lo abstracto. Sin embargo, dado que esta categoría es ontológicamente controvertida en el sentido que explicamos unos párrafos atrás, a saber, porque no tenemos buenas explicaciones de, por ejemplo, cómo, de ser reales, los hechos matemáticos nos pueden servir para lograr cosas en el mundo concreto, como construir puentes que no se caen, el anti-realismo propone buscar una explicación alternativa de porque, al aplicar la matemática, no se cayó el puente, que solo apele a entidades y hechos categorías menos controvertidas, es decir, que apele exclusivamente a hechos y entidades concretas.
Nótese como la estrategia anti-realista refleja por completo la estructura de los ejemplos cotidianos de la distinción entre realidad y apariencia: en los tres se contrasta una explicación simple e inmediata, pero mal integrada con el resto de nuestro conocimiento del mundo (la apariencia), con una explicación mas compleja pero mejor integrada con dicho conocimiento general (la realidad). Este paralelismo nos permite apreciar con mayor facilidad la estructura dialéctica básica del debate entre realismos y anti-realismos y entre monismos y pluralismos: Mientras que el realismo suele tener la ventaja de ser la posición por defecto y recuperar el sentido común metafísico, tiene la desventaja de presentar una imagen plural y dispersa de la realidad, la cual cuesta trabajo convertir en una imagen completa y coherente. El monismo, a su vez y de manera inversa, suele tener la ventaja de ofrecer una imagen mas simple, completa y coherente de la realidad, a costa de dar una explicación anti-realista mas compleja de la diversidad presente en el lenguaje, el pensamiento y la experiencia humanas.
Esta simetría significa, entre otras cosas, que la ventaja relativa entre realismo y anti-realismo, o entre monismo y pluralismo, depende también de la escala de análisis. El monismo puede presumir una ventaja sustancial sobre el pluralismo en el contexto ontológico mas amplio, pues ofrece una visión mas simple de la realidad en su totalidad, pero tiene la desventaja de ofrecer con dificultad explicaciones complejas y contra-intuitivas en contextos mas reducidos, es decir, cuando trata de dar cuenta de fenómenos ontológicos como la aplicación de las matemáticas, el paso del tiempo o la relación entre mente y cuerpo, etc. El pluralismo, a su vez, ofrece explicaciones más simples de estos fenómenos ontológicos locales, a cuesta de no poder ofrecer una explicación simple de la realidad en su totalidad.
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