Empecemos con dos objetos, propiedades, hechos, etc. que nos parezcan intuitivamente sustancialmente distintos, pero también íntimamente ligados, por ejemplo, un objeto externo y nuestra percepción de él, un objeto físico y su sombra, una propiedad y el predicado que usamos para expresarla, una expresión y su significado, un pensamiento y su contenido, una persona y su mente, la presencia de un objeto y su ausencia, una línea y los puntos a sus extremos, etc. Aunque cada par parece estar formado por dos objetos (propiedades, hechos, etc.) de tipos muy distintos, vale la pena peguntarse su esto es efectivamente así, es decir, vale la pena preguntarse – y esta es la tarea de la ontología – si (i) los dos son idénticos o distintos, y, si son distintos, (ii) si ambas entidades (objetos, propiedades, o lo que fuera) son reales (en el caso de los objetos, esto significa preguntarse si realmente existen) y si (iii) son dos de tipos (categorías, modos de ser, etc.) diferentes o no (y si n
Entre las muchas metáforas desafortunadas que plagan la escritura de Ludwig Wittgenstein, tal vez una de las peores sea la de “límite”, como en “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” y pasajes similares. Wittgenstein usa la palabra “límite” para hablar de lo que, en otros contextos teóricos llamaríamos las condiciones de posibilidad o presupuestos de algo, es decir, aquello que define un espacio desde afuera. Por ejemplo, de qué tipo de objeto hablemos delimita qué podemos decir de él. De un objeto abstracto, por ejemplo, no podemos preguntarnos de qué color es. Así dicho, el término “límite” parece ser muy adecuado. Desfortunadamente, la noción de límite tiene también la connotación, muy notoria, de establecer una frontera entre dos espacios que, de otra manera, serían uniformes. En otras palabras, lo que está mas allá del límite suele ser un espacio del mismo tipo que aquel que se está delimitando. Por ejemplo, mas allá de las fronteras de nuestro país está o
El objetivo central de las teorías de las condiciones de verdad es explicar la relación entre dos conceptos filosóficos fundamentales de la filosofía del lenguaje: significado y verdad. No hay nada controversial en decir que algunos enunciados son verdaderos y otros falsas y que la diferencia depende no sólo de cómo son las cosas según lo dice el enunciado, pero también de qué es lo que dice el enunciado, es decir, de su significado.Es claro que, por ejemplo, el enunciado “Marichuy Martínez nació en Tuxpan” es verdadero pero podría haber sido falso, o bien porque los hechos relevantes pudieron haber sido distintos o porque el enunciado mismo pudo haber significado algo distinto; Marichuy Martínez pudo haber nacido en otro lado, así como el nombre “Marichuy Martínez” pudo haber referido a otra persona, y el nombre “Tuxpán” a otro lugar. Si yo me hubiera llamado “Marichuy Martínez” y la capital de Uruguay se llamará “Tuxpan” entonces el enunciado “Marichuy Martínez nació en Tuxpan
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