¿Porqué no soy neo-aristotélico?
Nótese que la pregunta no es sólamente qué entidades existen – después de todo, la repuesta a esta pregunta es obvia: todas ellas existen –, sino qué tipo de entidades existen y qué, sí algo, tienen en común qua-entidades-existentes o reales o, si no hay nada que tengan en común, ¿cómo se integran en una realidad unificada? En otras palabras, ¿qué es lo que le da unidad a la realidad, especialmente, si al nivel ontológico las entidades que la pueblan son de tipos distintos? Esto se debe al gran número de tipos putativos de entidades de cuya existencia suele dudarse: entes abstractos o meramente posibles, entidades de ficción, seres y sucesos del pasado o el future, lo incognoscible, etc. Bajo esta perspectiva quineana, la tarea de la metafísica es vislumbrar si este tipo de entidades existen o no y sí es así, cómo se relacionan con el resto de la realidad. A estos tipos ontológicos se les conoce como categorías.
En oposición a la tradición quineana, muchos filósofos contemporáneos (Fine 2012, Tahko 2012, etc.) han adoptado una perspectiva más bien aristotélica, según la cual la pregunta fundamental de la metafísica no es qué existe, sino de qué depende qué existan ciertos tipos de objetos u otros. En el centro de esta tradición se encuentran preguntas cómo ¿existe lo mental de manera independiente de lo físico? y si no es así ¿qué tipo de dependencia se da entre ellos?; ¿qué es más fundamental: lo físico o lo mental? Al igual que en la tradición quineana, a la tradición aristotélica también trata con categorías. En otras palabras, no le interesa si esta entidad particular u otra depende de esta otra para existir, sino si entidades de cierta categoría dependen de entidades de otra, por ejemplo, si los hechos modales dependen de los no-modales o si los hechos sociales dependen de convenciones, etc. Tanto el proyecto Quineano como el Aristotélico apelan a categorías ontológicas: sus proyectos metafísicos no pueden siquiera formularse sin mencionarlas. Para la tradición Aristotélica, establecer estas relaciones de dependencia ontológico es el objetivo central de la ontología. Tanto Crane y Farkas (2004), como Lowe (2002) y Puntel (2002) –por mencionar solamente tres introducciones a la metafísica recientes – señalan que toda investigación metafísica tiene como objetivo descubrir la estructura jerárquica de la realidad justo en este sentido.
Descubrir relaciones de dependencia entre entidades de categorías ontológica distintas, por supuesto, es obtener conocimiento importante sobre la realidad, como bien señalaba ya Nelson Goodman (1943). Sin embargo, muchos – tal vez la mayoría – de los filósofos aristotélicos no sólo quieren saber, en general, cuando una categoría ontológica depende de otra, sino también cuales son las categorías ontológicas fundamentales, es decir, qué entidades, de qué categoría, no dependen de ninguna otra. Cuando se hacen esta pregunta, los aristotélicos dejan de distinguirse tanto de los quineanos, y la diferencia parece ser solamente que mientras que a unos parece importarles sólo la pregunta de qué existe realmente a los otros les interese mas bien la pregunta de qué existe fundamentalmente. Ahora bien, si la diferencia entre ellos es tan sutil, ¿cuales son las relativas ventajas o desventajas entre un acercamiento u otro?
La motivación principal detrás del aristotelismo es permitimos distinguir entre dos sentidos en lo que queremos decir que algo no existe o no es real: distinguir entre cosas como fantasmas, el actual rey de Francia, dodos, El Dorado, etc. que no existen según criterios tradicionales y cosas como números, pensamientos, posibilidades, etc. que, no existen sólo según ciertos filósofos con pruritos ontológicos de ciertos tipos, es decir, cosas que realmente no existen. Según el anti-realista quineano respecto a conjuntos, por ejemplo, el conjunto de todos los conjuntos no existe, como tampoco existe el conjunto que solamente contiene al conjunto vacío, porque los conjuntos en general no existen; sin embargo, es ampliamente aceptado en matemáticas que el conjunto de todos los conjuntos no existe, pero el conjunto que solamente contiene al conjunto vacío sí. Para evitar tener que aceptar estas consecuencias tan poco intuitivas del anti-realismo quineano, el neo-aristotélico puede decir que mientras que todos los fantasmas, el actual rey de Francia, los dodos, el conjunto que contiene a todos los conjuntos, etc. no existen simpliciter, los números naturales, mis pensamientos actuales, los conjuntos de ZFC, etc. sí existen, pero de manera derivada. El conjunto que sólo contiene al conjunto vacío, por ejemplo, podría construirse a partir del conjunto vacío (Fine 1995) o existir en tanto lugar dentro de la estructura de la teoría de conjuntos (Parsons 1997) y en este sentido sería real, pero no fundamental.
Nótese que esta ventaja, sin embargo, pese a ser sustantiva, sólo es una ventaja para el ontólogo monista, es decir, para quien cree que hay cosas que sí existen o sí son reales en el sentido cotidiano, pero no en el filosófico. Al pluralista, esta distinción no le sirve de mucho y por lo tanto, necesitaría otras consideraciones para adoptar un aristotelismo. Pero no hay muchas otras ventajas sustanciales en el aristotélismo. El aristotelismo podría argumentar que las preguntas que se hace – sobre si es posible derivar los hechos individuales de los cualitativos (Dasgupta 2017), o si el todo depende ontológicamente de sus partes, o si lo mental es fundamental (Goff, Seager & Allen-Hermanson 2020), etc. – han sido una constante de la reflexión metafísica desde hace siglos, además de que captura muchas intuiciones ampliamente compartidas (entre filósofos) – como que no hay verdades existenciales fundamentales (Turner 2017: 26), que los hechos físicos son mas fundamentales que los biológicos, etc. Y si bien ambas cosas son ciertas, su valor epistémico es mas bien bajo, muy bajo. Recordemos que parte del trabajo que tiene que hacer el oncólogo pluralista es explicar cómo se relacionan los entes de categorías distintas. Por lo tanto, el quineano tiene que preguntarse cómo se relacionan los hechos individuales y los cualitativos, el todo y sus partes, los existenciales con sus instancias, lo físico con lo biológico, etc. Pero a diferencia del aristotélico no tiene que preguntarse además cuál de los dos es más fundamental y cual derivado. Mientras no quede claro es qué se gana con hacerse esta segunda pregunta, el quineano tiene claras ventajas sobre el aristotélico.
La hipótesis de que toda la realidad está jerarquizada de lo más fundamental a lo menos fundamental es repugnante en sí misma y no deberíamos aceptarla sin tener muy buenas razones. Hay algo harto repelente en pensar que las distinciones que se hacen en ciertas prácticas, como las ciencias físicas o la metafísica, son mas fundamentales o se acercan mas a como el mundo realmente está dividido a nivel ontológico que las que son importantes para otras prácticas como el maquillaje o la cocina, y nuestras intuiciones en esta dirección probablemente provengan de prejuicios sociales profundamente atrincherados en nuestra cultura. Afortunadamente, como hemos visto, tras mas de dos mil años de reflexión metafísica, los prospectos de un neo-aristotelismo son muy pobres. Además, como también he señalado, los retos y preguntas que deben hacerse tanto quineanos como aristotélicos no son muy distintas y, por lo tanto, los argumentos e hipótesis que suelen esgrimirse y explorarse dentro de una tradición ontológica suelen también ser relevantes mutatis mutandi para la otra. Cuando uno acepta una visión de la realidad como múltiple (o fundamentalmente múltiple si uno es Aristotélico) se compromete con que hay mas de una categoría ontológica (fundamental, si uno es Aristotélico). Cuando se adopta una visión homogénea de la realidad, en contraste, acepta una sola categoría ontológica. Si uno es Quineano, las otras presuntas categorías ontológicas estarán vacías (o, si uno es Aristotélico, no serán fundamentales). Como puede verse, desde esta perspectiva, la diferencia entre entre quineanos y aristotélicos no es muy sustancial.
Cuando, a nivel metaontológico. el quineano "acepta una sola categoría ontológica" no está implícitamente que la categoría de "unidad" es más fundamental.
ResponderBorrarEl quineano ontológico es necesariamente aristótelico a nivel metaontológico? Si es asì, no se atenta contra la propia "unidad" que reivindica?
Pero ¿«más que» cuál? La unidad no admite comparación.
BorrarExcelente pregunta, pero creo que la respuesta depende de POR QUÉ acepta una sola categoría: si lo hace porque piensa que, a priori, la realidad es homogénea o que una categoría es preferible a varias, entonces sí, tendrías razón y sería aristotélico a nivel meta-metafísico, pero comúnmente el monista prefiere una sola categoría ontológica porque así evita tener que explicar cómo interactuan entidades de diferentes categorías, y esta razón es independiente de si la unidad es mas fundamental que la diversidad.
Borrar"... nuestras intuiciones en esta dirección probablemente provengan de prejuicios sociales profundamente atrincherados en nuestra cultura..." Prejuicios socio-político-religiosos. Por ejemplo el dogma de la existencia "natural" de la compra venta" del "negocio" que permea el pensamiento ontológico pues bajo esta premisa todo ser es susceptible de comprado empíricamente, todo empirismo es "compra" gnoseológica y puede ser "vendido" como ciencia; más La Verdad es universalmente gratuita ¡o miente! Y ésta verdad es la que se encuentra identificando al ser con su existencia evolutiva.
BorrarMe parece que algo que a veces se pierde de vista cuando se habla de la ontología aristotélica, --particularmente si se habla directamente de los textos del Estagirita-, es que Aristóteles consideraba que las cuestiones metafísicas solo pueden ser explicadas mediante la teleología. Me parece que si no se toma en consideración la explicación teleológica, muchas de las categorías ontológicas y el énfasis en la búsqueda de categorías fundamentales propia del aristotelismo no se pueden entender a cabalidad. Así, la pregunta central para Aristóteles no es "¿cómo pasan las cosas?" (como a Galileo) sino "¿qué propósito tienen?": si los objetos pesados caen, por ejemplo, es porque su finalidad es tender hacia el centro del mundo, mientras que los objetos ligeros tienden a ir hacia las esferas celestes. Esto nos resulta extraño ahora, porque ningún físico se pregunta, como bien dice Russell, cuál es el propósito de la electricidad sino determinar qué la produce y cómo se comporta. De igual forma, la distinción aristotélica entre el "mundo sublunar" y el "mundo lunar" carece totalmente de sentido para la astronomía. En términos generales, la ciencia moderna se desembarazó de las explicaciones teleológicas, centrándose exclusivamente en lo que Aristóteles llamó las causas formales. De esta manera, determinar cuáles son las categorías ontológicas fundamentales solo se puede obtener, según Aristóteles, mediante las explicaciones teleológicas. En mi opinión, la pregunta de "¿por qué no soy aristotélico?" tal vez tenía sentido en el siglo XVII, en la época en que Galileo, Descartes o Spinoza discutían con los escolásticos; ser aristotélico (con o sin el prefijo 'neo') hoy en día sería tanto como aceptar que los objetos tienen un "lugar natural" (incluidos ciertos tipos de seres humanos), que las explicaciones cualitativas son superiores a las cuantitativas, que las especies vivientes son fijas e inmutables, que el Universo es geocéntrico y se divide en dos niveles jerárquicos absolutos y, en general, implicaría rechazar todo lo que ha aportado la ciencia moderna.
ResponderBorrarErrata: causas eficientes.
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