¿Qué es traducir?
Es obvio que traducimos cosas, pero no es obvio qué es esto: qué hacemos exactamente cuándo traducimos un texto y, segundo, como es esto posible, es decir, cuales son sus condiciones de posibilidad. Mucho menos obvio es porqué es esto un problema filosófico, es decir, porqué es un problema (en vez de algo obvio) y porqué éste problema era filosófico (en vez de, tal vez, lingüístico). La hipótesis obvia de qué hacemos cuando traducimos es decir lo mismo en otro lenguaje y toda reflexión sobre la traducción debe tomar posición respecto a este lugar común.
Lo que necesitamos es una teoría de la traducción que, por un lado, respete lo más posible esta intuición pre-teórica – que una buena traducción tiene el mismo significado que el original – y, por el otro, de cuenta de lo que, de hecho, llamamos “traducir”. Esto no significa que no podamos terminar con algún tipo de teoría del error en el que la traducción es, en sentido estricto, imposible o qué nos hay tal cosa como el contenido común que comparten original y traducción.
Nuestra intuición pre-teórica de qué es traducir asume una distinción bastante fuerte entre forma y contenido pues sin ella no podríamos tener un mismo contenido expresado de dos formas distintas – en dos lenguajes distintos.
Un problema relativamente obvio que enfrenta de nuestra intuición de que traducir es decir lo mismo en otras palabras es que mientras que decir lo mismo es una relación de equivalencia (y, por lo tanto, es transitiva), la traducción es asimétrica (en toda traducción, hay un original y una traducción) y no transitiva (no es lo mismo traducir de una traducción que hacerlo del original). Esto se debe a que la traducción no es una relación entre textos como la sinonimia, sino un proceso de construcción de un texto – es decir, un proceso de escritura – a partir de otro. En otras palabras, para dar cuenta de la traducción no basta preguntarse qué tienen en común – qué tipo de contenido comparten, aunque ésta sigue siendo una pregunta importante – un texto y su (buena) traducción.
Y si nos preguntamos qué guardan en común original y traducción, también es importante preguntarse qué es lo que los distingue. Y si bien esto segundo suele pensarse en términos de ¿qué se pierde en la traducción? No debemos de olvidar también que hay que peguntarse qué se gana en la traducción.
Otra pregunta básica que toda buena teoría de la traducción debe tratar de responder es ¿qué es lo que traducimos? Aquí estoy usando “texto”, pero ¿qué significa esto? ¿Un texto está hecho solo de palabras o incluye otros elementos contextuales? ¿Las interpretaciones que históricamente se han hecho de un texto se vuelven también parte de él, es decir, son parte de lo que queremos de alguna manera respetar en la traducción? ¿Y qué criterio podemos aplicar para distinguir qué es interno al texto de qué le es externo?
Mis observaciones durante el muy interesante examen de licenciatura de Laura Rodríguez Bermúdez, para quién, al final, tienen poco en común las diferentes cosas que llamamos “traducir” y un buen traductor debe saber cuál de ellas es la que se le pide cuando se le pide traducir un texto. Si ella tiene razón, entonces, en parte, no tenemos buenas teorías de la traducción porque no tenemos tampoco buenas teorías aún de qué es lo queremos de una traducción: cuál es su función, para qué traducimos.
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