Wittgenstein contra Jackson sobre percepción de colores


Para Wittgenstein, los colores obedecen a una gramática, es decir, a una serie de reglas – expresadas en enunciados necesarios como “ningún color es mas claro que el blanco” o “todo color tiene un único inverso’, etc. – que definen el contenido de nuestros conceptos cromáticos. En otras palabras, mientras que algunas de las cosas que decimos sobre los colores son contingentes, como que verde es la mezcla de azul y amarillo, o que cierto tono de verde es el más puro, etc. otras son necesarias.

Algunos filósofos consideran esta distinción espúrea, pues piensan que, dado que el color es un fenómeno natural en el mundo, todo lo que decimos de los colores es, a final de cuentas, contingente. No hay, por lo tanto, nada cómo una gramática de los colores. Uno de los argumentos (a priori) mas famosos en contra de la existencia de dicha gramática consiste en considerar, como nos lo pide Jackson, el caso hipotético de Alfredo quién es capaz de distinguir un tono que nadie más puede discriminar. Dado que, según Jackson, no hay nada conceptualmente incoherente en considerar este caso, eso significa que es posible, es decir, es posible que exista un tono de color que nunca hemos percibido. Si dicho color existiera, el argumento continúa,  entonces también es posible que por lo menos alguno de nuestros juicios actuales sobre relaciones cromáticas en realidad sea falso, en vez de necesariamente verdadero como lo sostiene la teoría Wittgensteineana. En otras palabras, si Wittgenstein tuviera razón cuando sostiene que nuestra gramática de los colores define a todos los colores posibles, entonces los colores comprendidos en ella formarían un sistema cerrado que no permitiría la introducción o eliminación de ningún color.

En esta sección, pretendemos responder a esta posible objeción señalando una ambigüedad en la propuesta de Jackson, en particular, en lo que significa percibir un tono de color nuevo. Luego argumentaremos que ninguna de las dos maneras en las que podemos interpretar el experimento mental de Jackson es problemático para el planteamiento de Wittgenstein. En la primera interpretación, aunque el tono de color que percibe Alfred no había sido percibido antes, no es un tono nuevo en el sentido de ser un tono no previsto por la gramática de nuestro sistema de colores actual. En la segunda interpretación, Jackson no nos ha dicho lo suficiente como para aceptar que la posibilidad es genuina, de tal manera que lo único que podemos concluir del experimento mental es que es posible extender nuestra noción de color para incorporar las bases de nuevas sensaciones, pero esto también es compatible con la propuesta Wittgensteineana, tal y como la hemos expuesto aquí.

Siguiendo a Jackson, imaginemos encontrarnos con Alfredo quien es capaz de distinguir, de manera confiable y estable, dos objetos que, a nuestros ojos, son del mismo color. Por ejemplo, supongamos que tenemos un número de objetos azules completamente indistinguibles a nuestros ojos. Supongamos, sin embargo, que Alfredo insiste que uno de ellos es de un color distinto a los otros. Para poner a prueba su tesis, le pedimos que salga del cuarto y mientras no ve lo que hacemos, revolvemos los objetos, cuidando de recordar cual de ellos es el que Alfredo identificaba como de otro color. Luego, le pedimos que regrese al cuarto y re-identifique el objeto de otro color (pero, para nosotros, perceptualmente indistinguible de los otros). Alfredo logra re-identificar el objeto y, cuando repetimos el ejercicio, logra hacerlo una y otra vez. Si le preguntamos a Alfredo como logra distinguir dicho objeto entre los otros, insiste que es de un tono distinto de azul que los demás.

¿Significa esto que Alfredo es capaz de percibir un tono de azul que nadie mas puede?

(Adam Cole/WNYC)

Antes de responder esta pregunta, sin embargo, vale la pena notar que, así descrito, el fenómeno aun está sub-determinado y, en realidad, podemos estar frente a dos diferentes tipos de fenómeno: o bien (i) Alfredo tiene una mayor capacidad de discriminación cromática, es decir, es capaz de hacer distinciones cromática mas finas entre tonos de nuestro espectro cromático o (ii) Alfredo tiene la capacidad de hacer distinciones cromáticas que van mas allá de lo regulado por nuestro sistema de colores, es decir, ve colores completamente nuevos que no corresponden con ninguno de los colores de nuestro sistema. Revisemos cada uno de los casos por turno:

Consideremos el primer caso, supongamos que Alfredo efectivamente tiene la capacidad perceptiva de distinguir diferencias cromáticas mas fina que ha existido (como, presumiblemente es el caso de un tetracrómata, cf. Jameson 2007). Esta posibilidad está considerada ya dentro de la gramática de los colores. En este caso, lo que sucede es una consecuencia casi directa de la escala continua del espectro cromático y de las divergencias en capacidades de discriminación perceptiva entre agentes (Thompson, Palacios y Varela 2002). Es una propiedad estructural de toda magnitud continua (es mas, de cualquier magnitud densa) el que siempre es posible una discriminación cada vez más fina. Pensemos en cualquier otra magnitud continua, como la longitud (OC I, §1) por ejemplo, e imaginemos ahora a Manfred, una persona con la capacidad de distinguir perceptualmente diferencias de longitud que nadie mas puede. En otras palabras, Manfred es capaz de detectar a simple vista diferencias de longitud minúsculas que nos escapan al resto de los mortales. Manfred identifica de manera confiable diferencias entre objetos que a todos los demás nos parecerían del mismo tamaño. Además de admiración, no sería necesario reaccionar de manera mas fuerte al descubrimiento de alguien como Manfred. En particular, no sería necesario revisar nuestra concepción de lo que es la longitud o cuál es su estructura. Por el contrario, podemos bien imaginarnos un caso como el de Manfred precisamente porque conocemos la estructura de las longitudes y sabemos que estas forman una magnitud continua, lo que implica que no importa que tan finas sea nuestra capacidad perceptiva, siempre habrán longitudes distintas que no podremos detectar perceptualmente. La estructura lógica de los colores es similar en este respecto. Por eso podemos imaginar un caso como el de Alfred sin tener que cambiar nuestra noción de qué es el color o cual es su estructura. Así como la posibilidad de un caso como el de Manfred no nos obliga a postular algo así como una nueva longitud, así tampoco casos como el de Alfred deben hacernos pensar que hay mas colores de los que habíamos pensado. Hay mas colores que los que podemos percibir, claro; pero no mas de los que contempla el espectro cromático. Siempre que contemos con recursos en nuestro sistema de representación que nos permitan lidiar con la continuidad del color con magnitud, casos como el de Alfedo tampoco requerirán que revisemos nuestra manera de representar los colores. Como hemos visto ya en nuestra respuesta al reto del tono faltante de azul, tenemos suficientes recursos para representar cualquier color en el espacio cromático, aun aquellos que no hemos ni seamos capaces de discriminar.

Consideremos ahora el segundo caso, es decir, la posibilidad de que Alfredo tenga la capacidad de hacer distinciones cromáticas que van mas allá de lo regulado por nuestro sistema de colores, es decir, ve colores completamente nuevos que no corresponden con ninguno de los colores considerados dentro de nuestro sistema cromático. Para que este caso sea realmente diferente del primero, sería necesario que la diferencia cromática que Alfredo es capaz de percibir no corresponda a una diferencia de magnitud a lo largo de las dimensiones de comparación entre colores que nuestro sistema comprende, a saber: matiz, saturación e iluminación. En otras palabras, el presunto color nuevo que percibe Alfredo no puede ser ni de un nuevo matiz, ni ser más (o menos) saturado ni más (o menos) oscuro que ningún otro color que sí seamos capaces de percibir. La cuestión ahora es preguntarnos en qué sentido algo podría ser un color (nuevo) sin estar relacionado con los demás colores de una manera similar a la que los otros colores (viejos) están relacionados entre sí. La idea es plantear un dilema como el siguiente: Por un lado, si el color es efectivamente nuevo, debe ser diferente al resto de los colores en nuestro espectro. Pero, al mismo tiempo, debe ser un color y, como tal, debe poder compararse en su tono, luminosidad, intensidad, etc. con otros colores (OC III §86 y §154). Por lo tanto, o bien la diferencia que percibe en realidad no es una diferencia cromática, es decir, lo que ve Alfredo no es en realidad un color nuevo, sino algún otro tipo de sensación; o bien hay otra dimensión de color además del matiz, la luminosidad y la saturación.

El primer cuerno del dilema, por supuesto, reduce el caso de Alfredo al absurdo; pero  el segundo cuerno es más interesante. Asumamos que el nuevo tono de azul que percibe Alfredo es idéntico en matiz, luminosidad y saturación a uno de nuestros tonos de azul y que, sin embargo, Alfredo insiste en que es un color diferente. Parece que ahora nos encontramos en una situación en la que parece que la comunicación entre Alfredo y nosotros se ha roto. Aun si Alfredo es, como hemos supuesto por mor del argumento, confiable en su detección de esta diferencia, de ello no se sigue más que la diferencia que está percibiendo es una diferencia genuina, pero nada nos obliga a aceptar que ella es una diferencia de color. Aun si fisiológicamente hubiera razones para creer que en la detección de esta diferencia Alfredo está usando los mismos recursos cognitivos (u otros homólogos), o si su percepción estuviera acompañada del mismo tipo de fenomenología que la percepción de otras diferencias cromáticas (es decir, aun si para Alfredo le parece que lo que ve es un tono distinto de azul), ello no es suficiente para que aceptemos que lo que percibe Alfredo efectivamente es un color nuevo, en vez de alguna otra magnitud. Recordemos que hay animales que tienen un receptor capaz de detectar tanto diferencias que nosotros consideramos cromáticas (como diferencias de matiz) como diferencias de otro tipo (como, por ejemplo, diferencias de temperatura), y esto no hace que estas segundas diferencias se conviertan en un nuevo tipo de dimensión cromática.

Por supuesto, tampoco hay razones suficientes para rechazar que lo que Alfredo detecta es efectivamente un color nuevo. Lo que tenemos es una sensación que es, al mismo tiempo, similar a nuestra percepción de color (por lo menos, desde la perspectiva propia de Alfredo) y sustancialmente diferente (pues no corresponde a una diferencia de matiz, saturación o luminosidad). Desde el diagnóstico de Wittgenstein, lo que nos queda no es sino una toma de decisión. Debemos de decidir si hemos de incorporar una nueva dimensión de comparación entre colores para así poder incluir al nuevo tono de azul que Alfredo detecta como un nuevo tono de color. Si lo rechazamos, concluimos que lo que Alfredo detecta es una diferencia genuina, pero no una diferencia de color, pese a lo que a Alfredo mismo le parezca. Entonces, mantenemos nuestra concepción original de color, donde las dimensiones de comparación son matiz, saturación e iluminación. Si, por el contrario, decidimos relajar nuestra concepción de color para incorporar la dimensión de comparación que solo Alfredo puede detectar, entonces debemos transformar nuestra concepción de lo que es el color.

Lo interesante de esta segunda alternativa es que no falsea nuestros juicios gramáticos actuales. Aun si hay un nuevo tono de azul, sigue siendo cierto que el verde se encuentra entre el azul y el amarillo dentro del espectro cromático. Sigue siendo que el blanco es mas claro que cualquier color, etc. Esto es así, precisamente porque el nuevo color existe, ex hypothesi, completamente fuera de nuestro espacio cromático actual. Así, su incorporación no afecta las diferencias y relaciones de matiz, saturación y eliminación que ya existen entre los colores. Lo que hace es añadirles una nueva dimensión de comparación, la cual se compone con las dimensiones que ya existen para crear un espacio cromático mas amplio. A decir verdad, así podemos expander nuestra gramática actual para permitir la introducción, no de uno, sino de un infinito de nuevos tonos, todos ellos indistinguibles de los que ya tenemos en términos de matiz, luminosidad o saturación, pero diferentes en términos de la nueva dimensión de Alfredo. Esto significa que aun en este caso radical, nuestros juicios gramaticales de color actuales siguen siendo verdaderos, lo que significa que el experimento mental de Jackson no presenta mayores problemas para la hipótesis Wittgensteineana de que hay juicios de color necesarios, además de los contingentes.


En resumen, hay dos maneras de interpretar el hipotético caso de Alfredo y su capacidad de percibir un tono nuevo de color. Si lo interpretamos como que Alfredo tiene una capacidad de discriminación más fina, entonces el tono que percibe Alfredo es nuevo sólo desde el punto de vista de la percepción, pero no es nuevo en tanto es un color cuya posibilidad estaba ya considerada dentro de nuestro sistema cromático. Si, en contraste, lo interpretamos como que Alfredo es capaz de detectar una diferencia inconmensurable desde nuestro sistema de colores, entonces queda indeterminado si lo que detecta Alfredo es un color diferente o no. No hay nada en nuestras prácticas, en nuestros conceptos o en el fenómeno mismo del color que nos fuerce en una decisión u otra. Depende de nosotros si decidimos incorporarlo a nuestro sistema o no. Pero ninguna de las dos opciones requiere que revisemos nuestros juicios gramáticos de color, excepto el juicio de que las únicas dimensiones de discriminación entre tonos de color son de matiz, saturación y luminosidad. En otras palabras, el experimento mental de Jackson no presenta un reto mayor a la teoría Wittgensteineana de la gramática de nuestros conceptos de color.

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