Modelos filosóficos, nominalismo, pluralismo y el dilema de Benacerraf

En la filosofía, al igual que en muchas otras ciencias, solemos también usar modelos para argumentar o explicar fenómenos. Al igual que en el caso de las analogías, usamos modelos cuando nos es difícil demostrar algo de manera directa (a decir verdad, se puede decir que los argumentos que usan modelos son un tipo de argumentos por analogía, ya que explotan la analogía entre el fenómeno a estudiar y el modelo). La idea detrás del uso de un modelo es muy sencilla. Un modelo es un objeto, concepto o sistema que representa el fenómeno que nos interesa de manera tal que podemos estudiar ciertos aspectos de él a través de aspectos análogos del modelo. Piensen en el uso de túneles de viento en la ingeniería aeronáutica. 

Si queremos estudiar el los efectos  del movimiento del aire alrededor de un tipo de avión, no usamos un verdadero avión para nuestra prueba, sino un modelo, y no lo ponemos a volar en el aire, sino que lo observamos al interior de una cámara dentro de la cual hacemos pase aire a alta velocidad. Aunque no sea un avión propiamente dicho, dicho modelo compartirá ciertas características con el tipo de avión que representa, dependiendo de qué nos interese estudiar sobre él. Si nos interesa saber cómo afecta la forma de las alas la estabilidad de la nave, por ejemplo, es de suponer que reproduciremos dicha forma en el modelo. Es decir, es muy sensato que el modelo tenga alas de la misma forma. Igualmente, el aire que corre por el túnel no es un viento propiamente dicho, pero comparte las suficientes características para que le sirva como modelo.  En general, queremos que el modelo sea lo suficientemente similar a aquello que representa cómo para poder sacar conclusiones sustanciales de su comportamiento; pero también queremos que sea diferente, en el sentido de que sea más manejable, para que tenga sentido usarlo. 

Lo mismo sucede en filosofía, al estudiar la relación entre objetos (o, lo que es más común en el caso de la filosofía, conceptos) también solemos echar mano de modelos. Los modelos más comunes en filosofía suelen ser modelos formales, ya sean matemáticos o computacionales. El área que más ha explotado este tipo de modelos es la lógica, dónde no solemos estudiar los argumentos o proposiciones de manera directa, sino a través de modelos formales. Estos modelos funcionan, tan sólo en cuanto representan los aspectos relevantes del fenómeno a estudiar, pero de una manera más manejable.

  Una de las razones más obvias por las cuales un modelo o representación puede ser más manejable que aquello que representa no está presente, y el caso más extremo es cuando aquello que representa no está presente porque no existe – ya sea porque ya no existe (por ejemplo,  sucesos históricos u otros sucesos en el pasado como el orígen del universo), porque aún no existe (cómo sucesos hipotéticos futuros) o porqué simplemente podría existir pero de hecho no lo hace (como maneras distintas en que las cosas podrían ser pero no son). Algunas veces, aun cuando el objeto no esté presente, el modelo pudo haber sido creado usando al objeto presente como original. En ese caso, el conocimiento se generó observando directamente al objeto y el modelo sirve como via de comunicación de este conocimiento. Por ejemplo, nuestros modelos anatómicos fueron construidos a partir de conocimiento directo que se tuvo con el cuerpo humano a través de la disección de cadáveres. En este sentido, puedo decirse que contienen conocimiento que fue obtenido sin la mediación de otros modelos. Sin embargo, en otros casos, nuestra relación con los objetos y fenómenos que nos interesa estudiar no está fundada en un encuentro presente con ellos, sino que está siempre mediada por modelos y otro tipo de representaciones. Por ejemplo, nuestra relación con el big bang, los dinoasaurios, como serían las cosas si se legaliza la esclavitud, el centro de la tierra, etc. nunca ha sido directa, y sin embargo, tenemos conocimiento fidedigno de ellos, el cual está fundado en nuestro conocimiento de sus modelos. A través del estudio de modelos de la tierra, por ejemplo, podemos saber cosas sobre el centro de la tierra, sin que nunca haya nadie estado en su presencia ni la haya experimentado directamente.

Los modelos son especialmente importantes en filosofía porque, por lo menos prima facie, a la filosofía le interesan muchas cosas y fenómenos con las cuales no podemos tener contacto directo, como las esencias, el ser mismo, la nada, la justicia, etc. Ya Platón decía que era muy triste que, por ejemplo, si nos interesaba la virtud y queríamos entenderla, lo único que podíamos investigar directamente eran casos particulares y presentes de cosas virtuosas. Tal parece que la virtud, lo que le interesa al filósofo, es otra cosa y no podemos experimentarla directamente, sino que es una en tidad abstracta de la que no podemos pensar sino a través de modelos y otro tipo de representaciones. Como no podemos estudiarla de manera presente, tenemos que representarla. Wittgenstein también pensaba que la forma lógica era algo que, como no podíamos experimentar directamente, parte del trabajo del filósofo era hacerla manifesta en nuestras representaciones y modelos. 

Digo que ‘prima facie’ porque no faltan filósofos que piensan que sólo lo presente, material, concreto y sensible existe y que, por lo tanto, si la filosofía – o cualquier otra disicplina – quiere presumir ocuparse con la realidad y no con objetos ilegítimos como los de la astrología, debe de aceptar que sus objetos no son otros sino los objetos  presentes, materiales, concretos y sensibles de nuestra cotidianidad. No existe, por ejemplo, esta virtud separada de las cosas concretas virtuosas y que, por lo tanto, la virtud – si existe – debe estar presente en estas cosas virtuosas que sí podemos experimentar de forma directa.

Este tipo de filósofos, a veces llamados nominalistas, están motivados por el problema de tratar de explicar como es posible que tengamos conocimiento genuino sobre cosas de las que no hemos tenido contacto directo. Para un nominalista, sería difícil explicar de qué trata, por ejemplo, la filosofía política, si no es de acciones concretas de personas concretas con manifestaciones tangibles en el aquí y ahora, en vez de entidades extrañas como la justicia, la democracia, el estado, etc. en abstracto. ¿Cómo podemos saber algo sobre la justicia en asbtracto, si nosotros somos seres concretos que sólo podemos tener contacto con seres concretos como nosotros? O bien, encontramos una buena respuesta a esta pregunta, o abandonamos la pretención de estudiar a la justicia en abstracto. No sirve decir que tenemos modelos que las representan y a través de ellas obtenemos conocimiento objetivo sobre ellas. Ningún nominalista que no crea que existen las formas lógicas, separadas de los enunciados y pensamientos concretos de los seres humanos presentes aquí y ahora cambiará de opinión por el mero hecho de que podemos hacer (éxitosamente) lógica con fórmulas (que se supone representan formas lógicas) y que, en clases de lógica, nos la pasamos hablando de la forma lógica de este enunciado o aquel, este pensamiento o aquel otro. Para el nominalista, en tanto las formas lógicas en asbtracto no existen, la lógica no trata de ellas – aunque en clase de lógica hablemos como si así fuera – sino sobre argumentos, enunciados, pensamientos, etc. concretos. En este sentido, el lenguaje que usamos en filosofía es una guía poco confiable para determinar qué fenómenos y objetos estamos estudiando. El lenguaje filosófico parece tratar sobre entidades abstractas, pero en realidad, el conocimiento que contiene siempre es sobre entidades concretas.

En contraste con el nominalista, existen otros filósofos pluralistas que creen que, además de las cosas presentes, actuales, sensibles y concretas que existen, la realidad también contiene otro tipo de cosas, incluyendo cosas que no existen o cosas que existen pero con las que no podemos tener contacto directo. Para un pluralista, no hay problema en decir que la lógica, por ejemplo, trata sobre formas lógicas aunque las formas lógicas no sean entidades concretas con las que podamos tener contacto directo. No hay problema en decir que a la filosofía política le interesa la justicia o el estado en abstracto y no este o aquel estado en particular, este o aquel caso presente de justicia o injusticia, pese a que sólo podamos tener contacto directo con estas últimas. El problema que enfrenta el pluralista, ya lo había mencionado, es que enfrenta el reto de explicar cómo podemos saber algo sobre la justicia en asbtracto, sobre el ser, sobre las formas lógicas, etc. si nosotros somos seres concretos que sólo podemos entrar en contacto directo con otros seres concretos como nosotros? A este dilema entre nominalismo y pluralismo se le conoce comúnmente con el dilema de Benacerraff, aun cuando Benacerraff lo formuló originalmente sólo para el caso de las matemáticas; sin embargo, el problema es más general y ya lo habían identificado otros filósofos.


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