¿Qué es una Categoría Ontológica?

En ontología, cuando nos preguntamos qué entidades existen realmente, no nos interesa la realidad de esta o aquella entidad particular – con notorias excepciones, como la de Dios (Rovira 1991) – sino la de categorías enteras de entidades. No nos interesa si existe esta silla o aquel taburete, sino si existen los objetos materiales ordinarios (Cumpa & Brewster 2018). Nos interesa la pregunta sobre si es un hecho ya el que habrá una batalla naval mañana, no porque dicho hecho particular tenga algo en especial (como lo tendría, por ejemplo, para el general que debe planear su estrategia de defensa), sino por lo que nos dice sobre el estatus ontológico de los hechos futuros (Mijangos 2003). Cuando Boolos se pregunta si existe el cardinal Kappa, no le interesa tanto este cardinal en particular, sino si es suficiente tener una prueba de existencia dentro de ZFC para aceptar la existencia de cualquier conjunto (Hart 2007). Esto significa que las preguntas ontologicas sobre lo que es real y lo que no deben formularse en términos de categorías.


La función filosófica fundamental de las categorías es ayudarnos a estructurar la manera en que pensamos y hablamos –es decir nos representamos– el mundo (Puntel 2002). Sin embargo, dicha tarea puede abordarse de maneras sustancialmente distintas, una ontológica y otra que E. J. Lowe (2002) llama kantiana dependiendo de si dichas categorías corresponden a una genuina heterogeneidad en la realidad, o solamente en nuestras maneras de pensar, hablar y, en general, representar dicha realidad. En otras palabras, no es lo mismo preguntarse por la manera en que el mundo está estructurado desde una perspectiva lógica, semántica, gramática, o epistémica es decir, cómo de hecho dividimos el mundo en nuestro pensamiento, experiencia, lenguaje o conocimiento a preguntarse cómo está estructurado en sí mismo, es decir, cómo están divididas las cosas que juntas conforman la realidad.



Si uno toma la cláusula “acerca del mundo” como si tuviera prioridad en el orden del entendimiento y la explicación, esto es, como si fuera la cláusula que determina cómo la otra cláusula “nuestra manera de pensar y hablar” debe ser interpretada, entonces las categorías saldrán teniendo un estatus ontológico, ya que ellas indicarían diferentes tipos de entidades en el mundo… Pero si entendemos “nuestras maneras de pensar y hablar acerca del mundo” en el orden inverso tomando la cláusula “nuestras maneras de pensar y hablar” como básica, las categorías serán entendidas como si [trataran de] nosotros y nuestras maneras más generales de usar el lenguaje. (Puntel 2002, p. 110. Traducción mía, cursivas en el original)



En ontología, no nos interesa tanto cómo clasificamos a las entidades que componen la realidad, sino de qué diferentes tipos son. Pero, por supuesto, esta pregunta no es independiente de la pregunta por cuales son las categorías lógico-semánticas. A decir verdad, mucho del trabajo del ontológico se concentra en determinar cuáles son las categorías ontológicas y cuales son meramente lógicas o semánticas o epistémicas, etc. 



El que la ontología no verse directamente sobre particulares, sino sobre categorías no debe sorprendernos en lo absoluto. Después de todo, en prácticamente todas las actividades humanas, y especialmente las prácticas epistémicas como la filosofía, es esencial el uso de categorías. A decir verdad, parte del quehacer ontológico surge precisamente del hecho de que tenemos una abundancia de categorías. Nuestras prácticas sociales, estéticas, lúdicas, deportivas, etc. están todas imbuidas en categorías. Si queremos aprender, por ejemplo, a andar en patineta, tendremos que aprender su vocabulario especializado y a reconocer un Switch Ollie de un Nollie, así como los marineros deben reconocer la diferencia entre babor y estibor.  De manera análoga, si queremos disfrutar Romeo y Julieta de Shakespeare, es necesario que entendamos la diferencia entre ser un Capuleto y ser un Montesco, como necesitamos distinguir elfos de orcos y hobbits para apreciar correctamente El Señor de los Anillos. Como claramente han explicado Neander (2017) y Millikan (2000), si no tuviéramos conceptos como el de perro no nos serviría la experiencia que tenemos con perro para adquirir expectativas racionales con otro individuo de la misma especie, es decir, cada vez que nos encontráramos con un perro, sería como la primera vez; probablemente actuaríamos con miedo, sin saber qué esperar ni cómo reaccionar. En general, gracias a que distinguimos y clasificamos nuestras acciones, deseos, experiencias, etc. es decir, gracias a que usamos categorías, podemos navegar de manera más eficaz y eficiente los mundos natural, mental, abstracto, social, etc. Y aun en casos en los que no tenemos una palabra para una categoría, muchas veces seguimos usándolas. El futbolista experto puede reconocer patrones y regularidades en el comportamiento de su equipo y del contrario sin requerir de nombres ni recursos lingüísticos de otro tipo para caracterizarlos.


De la misma manera, la ontología también ha desarrollado sus propias clasificaciones y distinciones en categorías ontológicas. De esta manera, así como hay categorías culinarias como vegetal, fruta, postre, caldo, etc. unas de las cuales puede corresponder o no con categorías que se usan en otras prácticas humanas, también han ido surgiendo en la práctica ontológica categorías como concreto, abstracto, posibilia, topos, modos, etc. las cuales también pueden corresponder o no con categorías que se usan en otras prácticas humanas. Y así como las distinciones y clasificaciones que hacemos al cocinar y comer adquieren su sentido al marcar una diferencia útil y relevante a esas prácticas,  de tal manera que podemos decir que las mejores categorías culinarias son las que pertenecen a nuestras mejores teorías y prácticas culinarias, así también las distinciones y clasificaciones ontológicas adquieren su sentido al marcar una diferencia útil y relevante a nuestro objetivo de crear, transformar y comprender plenamente la realidad, y podemos decir que las mejores categorías ontológicas son las que pertenecen a nuestras mejores teorías y prácticas ontológicas.


¡Pero – dirán ustedes, con razón – esas otras prácticas también buscan crear, transformar y comprender la realidad! Al cocinar, necesitamos reconocer distinciones de sabor, textura, etc. Si no supiéramos cuál es la temperatura a la que hierve el agua, es decir, a la que realmente hierve el agua, no podríamos cocinar bien. La cocina crea y transforma la realidad y, por lo tanto, ninguna imagen de la realidad puede estar completa sin tomarla en cuenta. Y lo mismo podemos decir del resto de nuestras prácticas, todas ellas buscan desarrollar clasificaciones que correspondan a cómo son las cosas realmente. Entonces, ¿qué es lo que distingue a las categorías ontológicas del resto de las categorías?, es decir, ¿qué hace que una categoría sea ontológica



Desafortunadamente, la diferencia entre categorías o modos de ser de un lado y otras maneras de clasificar objetos del otro es muy elusiva. Sin embargo, no es completamente opaca. Para comprenderla, es necesario primero introducir una distinción metafísica más básica y sencilla: aquella que se da entre el dominio y la extensión de una propiedad o relación. Dada una propiedad o relación cualquiera, podemos distinguir entre los objetos que, de hecho, tienen dicha propiedad o relación de los objetos que podrían tenerla, independientemente de si la tienen o no de hecho. A la primera clase de entidades suele conocérsele como la extensión de la propiedad o relación, mientras que a la segunda suele conocérsele como su dominio. Tomemos como ejemplo la propiedad de ser verde. Hay cosas verdes como las manzanas Granny Smith que crecen en el norte de mi país, mi coche actual o la bandera de Arabia Saudita. Ellas pertenecen a la extensión de dicha propiedad cromática. En contraste, hay cosas que no son verdes, como las manzanas Ariane que crecen en Francia, mi primer coche o la bandera de Grecia. Aunque, de hecho, no son verdes, podrían haberlo sido. Ellas, junto con las entidades que sí son verdes forman el dominio de la propiedad verde. Fuera de este dominio se encuentran entidades de las que no tiene sentido decir ni que son verdes ni que no lo son, entidades como el odio, el día de mañana, la frontera entre Guatemala y Belice, etc. Estas entidades no son el tipo de entidad que podrían ser verdes, y esta imposibilidad es claramente metafísica.


Las cosas no son tan sencillas en el caso de las relaciones. Consideremos, por ejemplo, la relación de morder. Al morder una manzana, la relación de morder me vincula con la manzana y de esa manera, tanto la manzana como yo entramos en la extensión de dicha relación.No es que simplemente entremos la manzana y yo en la extensión de la relación de morder, sino que entramos jugando diferentes roles: yo el de quien muerde y la manzana el de ser mordida. En contraste, nunca he comido una pitaya y por lo tanto no me he relacionado con ninguna pitaya a través de esta misma relación, la de morder. Sin embargo, no hay ninguna imposibilidad metafísica en que yo muerda una pitaya. En este sentido, aunque yo y ninguna pitaya hemos caído en la extensión de la relación de morder aun, en tanto yo podría morder cualquiera de ellas, yo y las pitayas sí caemos dentro del dominio de la relación de morder.


El que una entidad caiga o no dentro del dominio de una propiedad o relación es un hecho ontológico pues tiene que ver con el tipo de entidad que es.  Es por el tipo de entidad que son las manzanas y las pitayas que pueden ser mordidas, y es porque somos el tipo de entidades que somos que personas como yo podemos morder. Es por el tipo de entidad que son las manzanas y los automóviles que pueden ser verdes o no y es por ser el tipo de entidad que es el odio que no puede serlo. En otras palabras, las entidades que caen dentro del dominio de una propiedad o relación tienen algo en común que les permite entrar en dichas relaciones o tener dichas propiedades. Presumiblemente, si dos entidades pertenecen a dos categorías ontológicas distintas, una puede (en el sentido metafísico) entrar en relaciones o tener propiedades que la otra no (independiente de que, de hecho, las tenga o no). Así, por ejemplo, sabemos que Julio César y el número nueve pertenecen a diferentes categorías en parte porque Julio César tiene propiedades como estar muerto, haber sido alto (en comparación con otros romanos de su tiempo) (Toynbee 1957), ser hombre, etc. Mientras que el número nueve no es que no esté muerto, sino que no es el tipo de entidad que podría siquiera estar muerte. No es que no sea alto, sino que no es el tipo de entidad de la que podría decirse con sentido que es alto, o bajo, etc. Entidades de diferentes categorías pertenecen a diferentes dominios (Sommers 1963). 


Sin embargo, no cualquier dominio define una categoría ontológica. Tomemos por ejemplo, la propiedad de tener mangas. Su dominio está formado por sacos, suéteres, playeras, etc. y excluye pantalones, planchas, partidos de futbol, etc. Sin embargo, la distinción entre entidades que pueden tener mangas y entidades que no no parece ser lo suficiente general como para ser genuinamente ontológica (van Inwagen 2012, Westerhoff 2002). Esto se debe a que hay otras propiedades, con otros dominios mas generales, que nos permiten explicar porqué ciertas entidades pueden tener mangas y otras no. Por ejemplo, podemos explicar que las ropas que usamos para cubrirnos el torso pueden también cubrir otras partes adyacentes del cuerpo, como los brazos. En esa explicación usamos propiedades y relaciones con dominios más generales que la propiedad de tener mangas. En contraste, no me imagino cómo podríamos explicar que sólo entidades como los números o las magnitudes pueden relacionarse aritméticamente con otros números o magnitudes, es decir, que sólo un número o magnitud puede ser el producto de otros dos números o magnitudes. Es por eso que el dominio de las relaciones aritméticas es un mejor candidato a corresponder con una categoría ontológica genuina que el dominio de la propiedad de tener mangas.


Otras relaciones y propiedades que suelen usarse para definir categorías ontológicas de manera similar son las de causalidad, consecuencia lógica, superposición espacio-temporal, predicación, identidad, procreación, inferencia, etc. Todas ellas sí parecen lograr definir diferentes modos de ser. El dominio de las relaciones causales, por ejemplo, corresponde al de los sucesos concretos, pues solo los sucesos concretos pueden entrar en relaciones causales con otros sucesos concretos. De la misma manera, el dominio de la relación de inferencia corresponde al de los pensamientos, la identidad al de los individuos, etc. Sus dominios parecen lo suficiente generales y básicos como para corresponder a categorías ontológicas genuinas.


Sin embargo, uno debe ser cuidadoso con qué tan fuerte entiende la condición de generalidad arriba esbozada. Algunos han propuesto que, por ejemplo, las categorías deben ser absolutamente generales, en el sentido de que cada elemento de nuestra ontología (entidad, propiedad, relación, etc.) debe pertenecer a una y sólo una categoría (Norton 1976, Rosenkrantz 2012), es decir, las categorías deben ser mutuamente excluyentes y conjuntamente exhaustivas. Desafortunadamente, esta condición de generalidad tiene problemas graves. Por un lado, parece haber contra-ejemplos: por ejemplo, los objetos materiales posibles pertenecen, por lo menos, prima facie, a tres categorías ontológicas diferentes, pero compatibles: en tanto objetos, en tanto materiales, y en tanto posibles (Westerhoff 2002). Sin embargo, para tener una imagen integrada de la realidad, no basta explicar las diferencias entre los diferentes componentes de la realidad, sino que también es necesario contemplar sus interrelaciones y dar cuenta de su unidad. Para ello, es necesario que existan por lo menos algunas relaciones inter-categoriales. Si las categorías ontológicas fueran absolutamente generales, entonces no sería posible que dos entidades de diferentes categorías ontológicas pertenecieran al dominio de ninguna propiedad o relación, es decir, no habría propiedades o relaciones trans-categoriales. Una ontología con categorías absolutas estaría fragmentada. Cada categoría correspondería a una realidad separada del resto. Muchos encuentran esta imágen de la realidad altamente insatisfactoria.


Además de presentar el papel central que juegan dentro de la empresa ontológica, en esta sección he tratado de esbozar una teoría de las categorías ontológicas, poniendo énfasis en su relación con la noción de dominio de una propiedad o relación. Si bien siguen habiendo cuestiones que pertenecen abiertas sobre qué hace a una categoría genuinamente ontológica, confío, sin embargo, haber dicho lo suficiente para dejarlos con una noción lo suficientemente clara de esta noción central de la ontología.

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